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Respuesta islámica al problema del mal y el sufrimiento
Todos lo hemos escuchado muchas veces: ‘¿Pero por qué nos suceden cosas malas a nosotros o las personas que amamos?’
Sin duda, todos hemos sido afectados de alguna manera por las duras realidades de la vida. Cada uno de nosotros ha encontrado algún tipo de dolor, ya sea una experiencia personal o escuchar el sufrimiento de otra persona; y las historias son infinitas…
El sufrimiento humano es generalizado y real, al igual que el mal como fuerza en el mundo. Entonces, ¿cómo lo tratamos?
La forma en que algunas personas lo manejan es enojándose con Dios o negando que un Dios amoroso puede existir “con tanto mal en el mundo”. La problemática con esta reacción es que, el mal y el sufrimiento que nos afecta nos sigue causando dolor, y nada cambia después de culpar a Dios o negar que Dios existe. Entonces, ¿cómo lo debemos tratar realmente?
La respuesta del Islam
El Islam tiene una respuesta que puede ayudarnos a lidiar con nuestro dolor de una manera que sea emocionalmente satisfactoria.
El Corán utiliza historias y narrativas profundas para cambiar nuestro paradigma sobre el mal y el sufrimiento. Tomemos, por ejemplo, la historia del profeta Moisés y aquel hombre sabio que conoce en uno de sus viajes, conocido como Khidr:
«Así que los dos se volvieron atrás, repasaron sus pasos y encontraron a uno de Nuestros siervos, un hombre al que habíamos concedido parte de Nuestra misericordia y agraciado con algo de Nuestro conocimiento.
Moisés le dijo [a Khidr]: ‘¿Puedo seguirte para que me enseñes algunas de las directrices correctas que sabes?’
El hombre [Khidr] le dijo: ‘No podrás soportarme pacientemente. ¿Cómo puedes ser paciente en asuntos más allá de tu conocimiento?
Moisés le dijo: ‘Si Dios quiere, me encontrarás paciente. No voy a desobedecerte de ninguna manera.
El hombre [Khidr] dijo: ‘Si me sigues, entonces, no me consultes nada de lo que haga antes de yo mencionártelo’. Fue así como emprendieron el viaje.
Más tarde subieron a un bote y el hombre hizo un agujero en él. Moisés le dijo: ‘¿Cómo pudiste hacer un agujero en él? ¿Quieres ahogar a sus pasajeros? ¡Haz hecho algo grave!
[Khidr] respondió: ‘¿No te dije que nunca serías capaz de mostrarme paciencia?’
Dijo Moisés: ‘No lleves a mal mi olvido y no me sometas a una situación demasiado difícil’.
Continuaron su viaje hasta llegar a un niño a quien el hombre lo mató. Moisés dijo: ‘¿Cómo pudiste matar a una persona inocente? ¡No ha matado a nadie! ¡Qué cosa tan terrible has hecho!
[Khidr] respondió: ‘¿No te dije que nunca serías capaz de tenerme paciencia?’
Moisés le dijo: ‘De ahora en adelante, si te consulto cualquier cosa que hagas, aléjame de tu compañía, ya no me quedan más excusas frente a ti’.
Entonces siguieron su viaje hasta llegar a un pueblo donde pidieron comida a sus habitantes, pero les negaron hospitalidad; y encontraron un muro allí que estaba a punto de caerse y el hombre lo enderezó.
Moisés dijo: ‘Pero si hubieras deseado podrías haber exigido el pago por hacer eso’.
[Khidr] dijo: ‘Aquí es donde tú y yo nos separamos; pero antes te diré el significado de las cosas que no tuviste paciencia: el barco pertenecía a personas pobres que vivían del mar (la pesca) y lo dañé porque venía tras ellos un rey que se apoderaba de los navíos por la fuerza.
En cuanto al niño, él tenía padres que eran dos creyentes, y por ello temimos que los llevara a la iniquidad e incredulidad, y deseamos que su Señor le reemplazara con otro hijo que fuese más puro y compasivo.
El muro pertenecía a dos jóvenes huérfanos en la ciudad y había un tesoro enterrado debajo de este que les pertenecía. Su padre había sido un hombre justo, así que tu Señor pretendía que alcanzaran la madurez y luego desenterraran su tesoro como misericordia de tu Señor. No hice [nada de esto] por mi propia voluntad. Estas son las explicaciones de aquello que no pudiste tener paciencia». [1]
Esta historia nos proporciona lecciones claves y enseñanzas espirituales. La primera es que para entender la voluntad de Dios, uno tiene que ser humilde. El estado espiritual de Moisés es muy alto según el Corán, de hecho, es la persona más mencionada en este Libro, sin embargo, este profeta se acercó a Khidr con suma humildad.
Moisés sabía que a Khidr se le había dado un conocimiento inspirado por Dios que no se le había dado a él, por ello, humildemente pidió aprender de él, sin embargo, Khidr respondió cuestionándole su capacidad de ser paciente y Moisés insistió y ya que quería aprender.
La segunda lección es que se requiere de paciencia para lidiar emocional y psicológicamente con el sufrimiento y la maldad del mundo. Khidr sabía que Moisés no sería capaz de ser paciente con él, ya que iba a hacer cosas que Moisés consideraría que eran malas. Moisés trató de ser paciente, pero siempre cuestionó las acciones de este hombre y expresó su ira por el mal percibido. No obstante, al final de la historia, Khidr explicó la sabiduría divina detrás de sus acciones, después de resaltar la falta de paciencia de Moisés.
Otra enseñanza que nos deja esta historia, es que la sabiduría de Dios es ilimitada y completa, mientras que nuestro conocimiento no lo es. Otra forma de decirlo, es que Dios tiene la totalidad de la sabiduría y el conocimiento; nosotros, en cambio, sólo tenemos unos pocos detalles. Él tiene la imagen completa y los humanos tenemos un píxel. Vemos las cosas desde la perspectiva de nuestro reducido punto de vista fragmentario.
El versículo que lee: «¿Cómo podrías ser paciente en asuntos más allá de tu conocimiento?», implica que existe sabiduría divina a la que no podemos acceder. Khidr tenía conocimiento de la sabiduría de Dios y de intereses ocultos que Moisés no podía ver.
Hay tantos ejemplos en nuestras vidas en los cuales admitimos nuestra inferioridad intelectual. Nos sometemos racionalmente a realidades que no podemos entender de forma regular. Por ejemplo, cuando visitamos al médico asumimos que el médico es una autoridad. Confiamos en su diagnóstico sobre esta base. Incluso tomamos el medicamento que el médico prescribe sin pensarlo dos veces.
Dios es infinitamente Sabio, y Sus nombres y atributos son perfectos. Se deduce que hay sabiduría detrás de todo lo que hace, incluso si no sabemos o entendemos esa sabiduría. Muchos de nosotros no logramos comprender cómo funcionan las enfermedades, pero solo porque no entendemos algo no socava su existencia.
La historia de Moisés y Khidr también trata de un antiguo argumento contra Dios. El argumento que dice: si Dios es todopoderoso y bueno, entonces no debería haber maldad en el mundo, ya que un todopoderoso bueno acabaría con todo mal que existe. Sin embargo el mal existe, por lo que: o Dios no es “del todo bueno” -porque deja que el mal se quede- o no es todopoderoso, ya que no puede detener el mal.
Este argumento parece poner la idea de un Dios todo bueno y todopoderoso en una posición difícil… Sin embargo, estas dos cualidades no son las únicas que Dios tiene. Él también es Sabio y Omnisciente, posee sabiduría que no tenemos, como lo explica la historia anterior. Ese argumento sólo funciona si Dios es únicamente caracterizado como todopoderoso y bueno, pero esto simplemente no es cierto, ya que Dios también es sabio, conoce absolutamente todo, entre otras cualidades, por lo que la problemática del planteamiento anterior deja de existir.
Nuestro propósito es la adoración
El propósito principal de la vida bajo la perspectiva del Islam, no es de disfrutar de una sensación transitoria de felicidad, sino de lograr una paz interna profunda a través de conocer y adorar a Dios.
La adoración es un concepto integral en el Islam: cualquier bien que hagamos por Dios es la adoración, ya sea que eso sea reflexionar acerca de llobello de la creación, dar caridad a un pobre, ayunar, sonreír, buscar alguna cura médica, o incluso, tener buenos pensamientos acerca de Dios y excusar los errores de las personas. Todos eso se considera adoración, siempre y cuando se realice para agradar a Dios.
Este cumplimiento del propósito divino resultará en la felicidad eterna, la verdadera felicidad. Por lo tanto, si este es nuestro propósito principal, otros aspectos de la experiencia humana son secundarios.
Consideremos a alguien que nunca ha experimentado ningún sufrimiento ni dolor, y que goza de placer todo el tiempo. Dicha persona, en virtud de su estado de constante bienestar, olvidará a Dios y, por lo tanto, no habría ejercido la función para lo que fue creado.
Comparemos a esa persona con alguien cuyas experiencias de penuria y dolor lo han llevado a Dios y ha sabido cumplir su propósito en la vida. Desde la perspectiva de la tradición espiritual islámica, aquel cuyo sufrimiento lo ha llevado a Dios es mejor que el que “nunca ha sufrido” y cuyos placeres lo han alejado de Dios.
LA VIDA ES UNA PRUEBA
Dios también nos creó para una prueba, y parte de esta prueba es experimentar sufrimiento y maldad. Pasar la prueba cataliza nuestra morada de felicidad eterna en el Paraíso. El Corán explica que Dios creó la muerte y la vida, «para probarles y constatar quién es el mejor en actuar, puesto que Él es El Todopoderoso, El Perdonador.»[2]
En un nivel básico, el ateo malinterpreta el propósito de nuestra existencia en la Tierra. Se supone que el mundo es un escenario de pruebas y tribulaciones para examinar nuestra conducta y logremos cultivar la virtud.
Ejemplo, ¿cómo podemos cultivar la paciencia si no experimentamos situaciones que ponen a prueba nuestra paciencia? ¿Cómo podemos llegar a ser valientes si no hay peligros que enfrentar? ¿Cómo podemos ser compasivos si nadie lo necesita? La vida -que es una evidente prueba- responde por sí sola a estas preguntas. Necesitamos de todo eso para obtener crecimiento moral y espiritual. No estamos aquí para estar en un estado constante de deleite; para eso está el Paraíso.
Entonces, ¿por qué la vida es una prueba? Puesto que Dios es infinitamente bueno, quiere que cada uno de nosotros crea en Él y, como resultado, experimente la felicidad eterna junto a Él en el Paraíso. Dios nos deja en claro, también, que quiere que Sus criaturas crean, «y no le agrada que Sus siervos opten por la incredulidad».
Esto muestra claramente que Dios no quiere que nadie vaya al infierno. Sin embargo, si hiciera cumplir eso -como sea- y enviara a todos al paraíso, entonces se produciría una grave violación de la justicia, y Dios estaría tratando a Hitler y a Jesús de la misma manera.
Se requiere un mecanismo para asegurar que las personas que entren al paraíso lo hagan en función de su mérito. Esto explica por qué la vida es una prueba. La vida es sólo un mecanismo para ver quiénes de entre nosotros merecen verdaderamente la felicidad eterna. Como tal, la vida está llena de obstáculos, que actúan como pruebas de nuestra conducta. En este sentido, el concepto islámico vence, ya que ve el sufrimiento, el mal, el daño, el dolor y los problemas humanos como una prueba.
La belleza de la tradición islámica es que Dios, que nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, ya nos ha empoderado y nos dice que tenemos lo que se necesita para superar estas pruebas… y «Dios no carga a ninguna alma con más de lo que puede soportar.»
Sin embargo, si no podemos superar algunas de estas pruebas, después de haber hecho todo lo posible, la misericordia y la justicia de Dios garantizarán que seamos recompensados de alguna manera, ya sea en esta vida o en la vida eterna que nos espera.
Desapego del mundo
Según la tradición islámica, Dios nos ha creado para que podamos adorarlo y acercarnos a Él. Un principio fundamental al respecto es que debemos separarnos de la naturaleza temporal del mundo. Este mundo es el lugar de las limitaciones, el sufrimiento, la pérdida, los bajos deseos, el ego, el exceso y el mal. El sufrimiento nos muestra lo verdaderamente efímera que es esta vida mundanal, facilitando así nuestro desapego de ella. De esa manera, somos más capaces de acercarnos a Dios.
El profeta Muhammad dijo: «El amor por este mundo es la raíz de todo mal». El mayor pecado según el Islam, es negar a Dios, o asociarlo a otras deidades; por lo tanto, el desapego del mundo es necesario para alcanzar la meta espiritual última de la cercanía a Dios, y posteriormente el Paraíso.
El Corán define muy claramente que este mundo es un disfrute engañoso: «Conoce que la vida de este mundo no es más que diversión, entretenimiento y adorno, jactancia de unos a otros y rivalidad por la riqueza y los hijos, como el ejemplo de la lluvia cuyo (efecto) del crecimiento de la planta alegra a los labradores; pero luego se seca y se ve vuelve amarillenta; entonces se convierte en escombros [dispersos]. En la otra vida habrá un duro castigo, pero también el perdón de Dios y Su complacencia. La vida de este mundo no es sino un disfrute engañoso». [3]
El «problema» del mal y del sufrimiento no es un problema para el creyente, ya que el mal y el sufrimiento se perciben como actuantes de la profunda sabiduría, perfección y bondad de Dios. Las enseñanzas espirituales del Islam crean un sentido de esperanza, paciencia y tranquilidad. Las implicaciones lógicas del ateísmo es que uno está sumido en un estado de desesperanza, y no tiene ninguna respuesta a por qué el mal y el sufrimiento existen. Esta ignorancia se debe principalmente a un egocentrismo que los hace fracasar en su capacidad de ver las cosas desde otra perspectiva.
Referencias
[1] Pasaje de Surah Al-Kahf (Capítulo 18) del Corán – versículos 65-82.
[2] Versículo 2 de la Sura Al-Mulk (Capítulo 67) del Corán.
[3] Versículo 20 de la Sura Al-Hadíd (Capítulo 57) del Corán.