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Dios es merecedor de nuestra adoración por virtud de quién es Él
Debemos empezar entendiendo quien es realmente Dios. Dios, por definición, es: Quien es intrínsecamente merecedor de nuestra adoración. En otras palabras: Quien goza del derecho y la cualidad de ser adorado. Eso parte de Su esencia y una propiedad de Su misma existencia.
El Sagrado Corán resalta este asunto en repetidas ocasiones:
“Yo soy Aláh, y no hay más divinidad que Yo. Adórame solo a
Mí y haz la oración para recordarme”.
(Corán 20:14)
Dios es un Ser perfecto en todo sentido. Él posee los nombres y atributos más sublimes y bellos. Ejemplo de esto, encontramos que en la teología islámica se describe a Dios como el Amoroso, nombre que implica el amor más grande y perfecto posible. Dios, al poseer estos nombres tan grandiosos, se hace merecedor de nuestra veneración.
Solemos elogiar a la gente por sus proezas y habilidades, por su conocimiento y amabilidad. Pero cuando consideramos la benevolencia de Dios, Su poder, amor, conocimiento y sabiduría, sabemos que no tiene rival en ninguna de ellas, que son características ilimitadas, sin desperfectos o mancha alguna de negatividad. Por ello es que concluimos con naturalidad que Dios es merecedor de la forma más extensa de alabanza, y eso es una forma de adorarlo. A la luz de este razonamiento, Dios merece que se lo adore por la simple virtud de quién es Él.
Además, Dios es el único con derecho a que se le dediquen súplicas y oraciones. Él es quien mejor conoce lo que es mejor para nosotros, asimismo, es Su deseo que nos llegue ese bien. Sin duda, un Ser con tales características se le debe implorar, pedir guía y ayuda. Dios es merecedor de nuestra devoción porque hay algo en Él que lo hace poseedor de aquello. Él es sumamente perfecto al ser contemplado.
Es importante resaltar que la adoración es un derecho innegable de Dios. Aún si nosotros no fuésemos recipientes de ningún tipo de confort o gracia de Su parte, Dios seguiría siendo merecedor de toda nuestra veneración. En otras palabras, si tuviésemos una vida de constante sufrimiento, eso no afectaría el hecho de que Dios merece ser adorado. La adoración a Dios no depende de una relación de “recíproca”. Él nos da existencia, a cambio, le adoramos. Sin embargo, bien conocemos que Dios nos baña en incontables bendiciones, pero Él es adorado por quien es y no por las dádivas y generosas gracias que nos entrega, que lo hace de acuerdo a Su sabiduría; y al ser Dios el único Ser que posee el derecho de nuestra devoción, todos nuestros actos de adoración deben ser dirigidos exclusivamente a Él.
Para ejemplificar un poco mejor este concepto, consideremos cómo los humanos elogiamos a las estrellas del deporte, a los grandes oradores, etcétera; lo hacemos a pesar de que ellos no nos benefician de manera directa. De manera similar, Dios es merecedor de alabanza y loa en virtud de los nobles atributos que posee, no por cómo y cuándo decide que éstos se manifiesten en nuestras vidas. Si podemos alabar a individuos que poseen cualidades limitadas e imperfectas, ¿qué podemos decir de alabar a Quien posee nombres santos y los atributos más sublimes?
“Todas las alabanzas son para Dios, Señor de todo cuanto existe”
(Corán 1:2)
Dios es el creador y sustentador del universo
“Él es quien creó todo lo que hay en la Tierra para ustedes”
(Corán 2:29)
Hay algo en tu vida que tú lo recibes gratuitamente, sin hacer nada para ganarlo, y al mismo tiempo, tú no eres su dueño. Tampoco existe razón válida para que pienses que te lo mereces; y eso es: este mismo momento… y el que le sigue también, y el anterior, y cualquier momento que hayas tenido en tu vida. Realmente no has hecho nada para ganártelos, y si te planteas la pregunta: ¿qué podría yo hacer para ganarme más momentos en mi vida? Llegarás a esta evidente conclusión: nada.
Esta vida es un regalo, como bien se lo dice popularmente. Si tu supieras que solo te quedan diez horas para vivir, con toda seguridad, darías todo tu dinero para tan solo aumentar tres días más a tu vida. Es por eso que instintivamente sabemos lo valiosísima que es la vida.
Tú no posees en tus manos los momentos que vives, porque si lo hicieras, podrías conseguir para tí mismo más de ellos, y eso no hay como hacerlo. No tenemos la capacidad de traer nada la existencia, ni siquiera una simple mosquita. Tampoco estamos en una situación para argumentar que somos legítimos merecedores de más y más vida. La vida que tenemos no nos pertenece, y no podemos generarnos más tiempo en ella, ni un solo segundo. En otras palabras, nada de lo que tú puedes hacer llega a valer aquello que recibes, puesto que tú jamás podrías adquirir vida por tus propios medios o capacidad.
Bajo la luz de estas verdades, debemos estar en permanente estado de gratitud, porque estamos recibiendo constantemente aquello que no lo hemos ganado por nuestros propios méritos, ni somos sus dueños ni lo merecemos tampoco. Cada momento de tu vida es un íntegro regado de Dios, y de nadie más. Eso demanda de nosotros que agradezcamos a este Dios creador y aceptemos en nuestro corazón que las verdaderas gracias y alabanzas le pertenecen a Él; y por cierto que la gratitud es la llave de la adoración.
Esta pandemia que vivimos debe ser un recordatorio de todas las bendiciones que hemos gozado gratuitamente en nuestra vidas y de los favores divinos que damos por sentado todo el tiempo. Todas las cosas que usamos en nuestra vida diaria, por más elementales que sean, se las debemos a Dios. ¿Cómo no estar agradecidos hondamente con Él?
Siendo que Dios creó todo cuanto existe, Él es su dueño en primera y última instancia, incluidos todos nosotros y cualquier cosa que valoremos también. Es de esperarse, entonces, que vivamos en un estado de permanente admiración por Él y completa entrega. Dios es nuestro Dueño y Amo celestial, nosotros somos sus siervos. Negar esto, no es solamente negar estas verdades que son tan evidentes, sino que sería el colmo de la ingratitud y arrogancia.
“¡Oh, gente! Recuerden las bendiciones que Dios les ha concedido.
¿Acaso hay otro creador además de Dios que los sustente de
aquello que hay en el cielo y en la Tierra? No hay nada ni nadie con
derecho a ser adorado salvo Dios. ¿Por qué entonces se desvían?”
(Corán 35:3)